domingo, 9 de octubre de 2011

The Umbilical Cordon

Mamá. Ama. Hasta los machistas más redomados han salido al mundo por el mismo sitio. A todos nos da la vida una mujer. Así, de gratis, por la patilla. Hombres del mundo, lo tenemos que reconocer. Para esto del engendramiento humano, somos prácticamente prescindibles. Seguiremos durmiendo a pierna suelta mientras ellas tienen nauseas nocturnas. Tendremos las piernas en el mismo estado mientras duren los nueve meses de gestación. Y no tendremos cambios de estado de ánimo provocados por hormonaciones masivas.


Un momento de gloria, especialmente agradable. Ésa es toda nuestra aportación fisiológica a la perpetuación de la especie. Ellas son las que proporcionan alimento y oxígeno a la nueva vida que crece en su interior. Y así, durante nueve maravillosos e interminables meses.


Al final de ese periodo, el resultado es el que todos conocemos. Una criatura sale al mundo real, empapada en fluidos de todo tipo. Sólo le sigue uniendo al mejor sitio que habrá conocido jamás, una pequeña cuerda:


Con un movimiento de tijera, se elimina cualquier posibilidad de retorno al seno materno. Lo único bueno que tiene nacer, es que pillas teta casi inmediatamente. El resto de la vida será la "Teta quest". (No, no pongo imágenes de tetas, que os vais al post de "La paja", y no me acabáis de leer éste, con lo que me está costando parirlo).


Cortar físicamente el cordón umbilical es muy fácil. Otro cantar es cortarlo emocionalmente. Porque según vamos creciendo, nos alejamos paulatinamente del útero materno, buscando desesperadamente otro útero con un código genético diferente. Eso para machotes heterosexuales. En el caso de vosotras, amigas, buscáis alguien que os dé otro tipo de cosas. Pero al fin y al cabo, el resultado es el mismo.

Hay un momento en la vida, en el que tenemos que ser nosotros mismos quienes cortemos el cordón umbilical. Algo a lo que toda madre se resiste, lo admita o no. ¿Lo habéis conseguido?

No hay comentarios:

Publicar un comentario